Las corrientes de aire dentro de una vivienda o de la oficina son prácticamente inapreciables, pero pueden provocar grandes diferencias entre una zona y otra de la estancia. De este modo, es común que cerca de las ventanas o en las paredes que dan al exterior de la casa la temperatura sea mucho mayor. Por ejemplo, en una habitación con una temperatura media de 23ºC, puede que encontremos una pared que da a la fachada a unos 14ºC y una ventana a 9ºC. ¿El resultado? Una temperatura desigual, nada homogénea y poco confortable.
De la misma forma, estos cambios de temperatura pueden darse en función de la altura, ya que el aire caliente tiende a elevarse. Además, si no contamos con un suelo bien aislado, el resultado será unos pies fríos frente a un cuerpo más caliente, lo que puede derivar en una sensación térmica de frío.
El problema principal de todo esto, ya sea las corrientes de aire o las diferentes sensaciones térmicas de las personas que se encuentran en una misma sala, es que la primera solución a la que se recurre es la de subir la calefacción, con el importante derroche de energía que esto conlleva y, por lo tanto, de dinero. Sin embargo, la verdadera solución la podemos encontrar en el aislamiento, que tanto influye en la habitabilidad de una vivienda.
¿Y qué ocurre en una casa pasiva? Recordemos que las casas pasivas o PassivHaus están construidas a partir de unos conceptos que buscan garantizar la máxima eficiencia energética. De este modo, este tipo de viviendas tiene muy presente la necesidad de contar con un buen aislamiento térmico, ya que una de sus claves es contar con una temperatura media de 20ºC. Así, seguro que muchos al oír esta cifra piensan "¡qué frío!". Sin embargo, todo lo contrario, una habitación a 20ºC, con una distribución estable y homogénea de la calefacción proporciona el confort necesario. De hecho, para que una vivienda se considere Passivhaus, la diferencia entre la temperatura del aire y la de los muros y ventanas no puede ser mayor a 4,2ºC.
De este modo, el desequilibro aparece, por lo general, por una de estas razones:
1. Una fachada mal aislada.
2. Mucha superficie de puentes térmicos en la fachada. Los puntos térmicos son puntos de la fachada donde se transmite más el calor y, por lo tanto, por ellos se pierde hasta un 5% o 10% del calor. Además, estos puntos suelen estar más fríos que los de alrededor, lo que puede derivar en problemas de condensación y, como consecuencia, en humedades, moho...
Llegados a este punto, ¿cómo podemos mejorar el aislamiento térmico de nuestra vivienda? El método más efectivo será reforzar el interior de las paredes, algo que podemos llevar a cabo de dos formas:
- Desde el interior: cuando nuestra comunidad no quiere meterse en una gran reforma, nuestro mejor recurso es enfrentar el problema desde dentro de casa. Para ello podemos optar por dos reformas: el trasdosado interior, que consiste en colocar paneles rígidos de aislamiento en todos los muros que dan con la parte exterior de la vivienda; la inyección en cámara, que consiste en rellenar la cámara de aire que, por lo general, tienen los edificios entre las dos capas de ladrillos que forman las paredes, con un material aislante.
- Desde el exterior: es lo mejor, pues nos evitamos las obras dentro de casa. La idea consiste en instalar una capa aislante con una terminación de mortero monocapa o de acabados en piedra, cerámica... eliminando los puentes térmicos.
En cualquier caso, hay otro tipo de medidas menos invasivas que podemos llevar a cabo en nuestra vivienda par mejorar el aislamiento térmico:
- Cambiar las ventanas por modelos de PVC.
- Poner alfombras para aislar el suelo.
- Usar cortinas opacas.
- Contar con unas persianas de calidad y, por supuesto, bajarlas durante la noche.
- Revestir las paredes con madera, paneles cerámicos, de vinilo...
Recordad que podéis encontrar más información sobre el aislamiento en Vivienda Saludable.