No sabéis las ganas que tenía de poder enseñaros el DIY de hoy. Más que nada porque ha sido una odisea conseguir hacer esta renovación, y cuando empecé parecía que en un ratillo la tendría, ¡pero no! Entre pitos y flautas, la empecé hace medio año y por unas cosas y otras hasta este semana no la he podido acabar para dejarla en condiciones.
¿Quieres ver el antes de esta lámpara?
Hará más de un año que fui a la casa del pueblo y me traje esta lámpara que ya tendrá sus años, unos 20 seguro...
La encontré metida en un armario porque la pobre estaba que daba pena, y no merecía quedarse allí, ¡una nueva vida le esperaba en mi casa!
Sobretodo porque ahora se vuelven a llevar este tipo de lámparas, así que yo tan feliz...Tan feliz de momento, jaja.
Esta lámpara había pasado por más capas de pintura la pobre...y encima esmalte sintético, de ese que si lo quieres quitar luego te las ves y te las deseas...
Y el caso es que yo había sido la culpable, cuando iba a pasar días al pueblo en mi adolescencia y brocha en mano le metía pintura a todo lo que pillaba, con eso de que todo era muy antiguo, jajaja.
Armada de valor, y de un mísero bote de disolvente, empecé a quitar poco a poco la pintura con la lana de acero.
Pues claro, debajo del rojo había amarillo también, ¡qué ilusión la mía al verlo!
Un bote de disolvente no me daba ni para empezar, y aquello no saltaba de ninguna manera...
Del siguiente paso no tengo fotos, pero me tocó comprar dos litros más de disolvente, verterlo en un cubo y sumergir toda la lámpara ahí durante un buen rato...
La parte de dentro quedó sin restos de pintura aunque la de fuera quedó con la imprimación que llevaba.
Estaba en el punto de que o acababa ya con esto de quitar pintura o abandonaba y me acababa comprando una lámpara nueva (a lo que me negaba rotundamente porque yo quería ésta sí o sí y cómo me la había imaginado). Así que lana de acero para dejarla totalmente lisa a pesar de llevar imprimación a trozos y listo.
Compré un bote de imprimación en spray porque no quería dar brochazos, y al ser metal, habiéndole metido tanto disolvente, etc, lo necesitaba sí o sí, también para que después agarrase bien la pintura en spray y de paso tapar las diferencias de color.
Un par de capas por dentro y por fuera...
Como era la imprimación no hacía falta que quedara un blanco uniforme, simplemente tapar todo el metal y tapar el color que llevaba debajo.
Y aunque mi idea cuando la empecé a restaurar hace meses era pintarla de turquesa y blanco, como hace poco os enseñé el cuelga macetas de macramé que hice con cuerda azul y gris, decidí no meter tanto azul en la misma zona y me decanté por un rosa empolvado que también tenía en casa.
Pinté cada pieza para que resaltara un poco de las demás. El interior y la pieza superior en blanco y la parte exterior y el metal curvo de abajo en rosa.
Hace mucho, pero mucho, compré unas cuantas bombillas de filamentos, cada una diferente y la redonda grande aún la tenía reservada para esta parte del salón, así que era ideal colocarla en esta lámpara.
A parte necesitaba cambiar la lámpara del salón porque el punto de luz no estaba para nada en la zona que yo quería, que es encima de la mesa, así que aproveché, compré cable largo y la desplacé.
¡Aquí está, meses después!
Menos mal que no desistí quitando las capas de pintura y conseguí el resultado que quería.
No sé si durará veinte años más, pero una larga vida conmigo seguro que le queda.
Espero que os haya gustado esta transformación tanto como a mí.
Fuente: este post proviene de En Miss Manos, donde puedes consultar el contenido original.
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