Mi historia es de esas en las que se junta el hambre con las ganas de comer.
Léase hambre como un mueble mexicano que compré en mi primer piso cuando no era más que una pardilla sin gusto ni dinero – o sea, abducida.
Léase ganas-de-comer como la curiosidad de probar la pintura a la tiza y ver si daba los resultados tan espectaculares que dicen todos y que reflejé en mi artículo de hace unas semanas sobre lo difícil que era elegir el color de esta pintura.
Así que me puse manos a la obra y éste es el resultado de 5 horas de trabajo divididas en 5 días (o 5 pasos si lo prefieres).
Aunque para pintar con pintura a la tiza no hace falta una limpieza exhaustiva, alguien que sabe mucho de restauración me había comentado que los muebles mexicanos tienen lodazales de cera y que, por lo tanto, no sería fácil aplicarle pintura alguna – ni siquiera chalk paint – sin pasar antes por una buena sesión de limpieza.
Como la paciencia no es mi fuerte, decidí que para quitar grasas nada mejor que el KH7 – pues en la cocina va de perlas – y spray por aquí, spray por allá, quedó inmaculado. NOTA: por favor, no repetir este paso en casa sin la supervisión de un entendido en materia, pues estoy segura de que mi método es cualquier cosa menos ortodoxo.
Creo que debía estar sonando algo de Shawn Mendes cuando limpiaba porque me fue imposible parar. Así que también desengrasé el interior – aunque no hacía falta porque solo iba a pintarlo por fuera. Tan desnuda quedó la madera que me vi obligada a darle tinte en color cerezo para que, de nuevo, tuviese el color original y contrastase con la capa exterior negra.
Por fin llegó la hora de destapar el bote de chalk paint. Lo removí bien porque que es bastante espesa. Dí los primeros 20 brochazos con la respiración acompasada mientras notaba que no cubría al 100% – momento de auténtico pánico porque mentalmente eché cuentas y, de seguir así, la pintura no me llegaría para una segunda capa. Pero me mantuve firme y no la mezclé con agua pensando que así cubriría más. Al final, solo gasté la mitad del bote – está claro que el cálculo mental no es lo mío.
La verdad es que después de finalizar este paso, el efecto ya era prometedor y eso a pesar de las transparencias. Tanto que mis fans incondicionales (mi marido y mi perro) querían que me plantase aquí, cual concurso de pasapalabra.
Pero yo, que he visto mucho Pinterest, tenía claro el efecto que buscaba. Así que fui a por el second round como una Juana de Arco. Lijé el mueble con ligereza – como quien pasa el trapo del polvo – para que el tacto fuera más liso. Usé lana de acero 000 – vosotros ¡con guantes! – y después limpié el mueble con un trapo.
Ya estaba listo para esa segunda capa. En este caso, me atreví a mezclar la pintura con una pizca de agua para que fuera más fácil extenderla – y, siendo sincera, ¡para asegurarme que el medio bote llegaría hasta el final!
Lo que hace ser novata en esto del chalk paint y entrar en pánico a la primera de cambio… Esta segunda capa cubría perfectamente la primera y con muchísima menos pintura, tanto que no gasté ni un 30% de lo que me quedaba – así que ahora estoy buscando nueva víctima para pintar.
Al final, muy animada – excepto porque mi marido lloraba por el precioso-mueble-de-una-sola-capa -, llegó el momento de envejecerlo. Volví a aplicarle la lana de acero para mejorar el tacto. Acto seguido, usé la lija de papel para dejar a la vista la madera original en esquinas y bordes.
Perfecto. Mi estima seguía subiendo peldaños. Pero el éxtasis llegó cuando probé la cera. ¡Mira que he aplicado cera a muebles y ninguna ha sido tan exprés!. Una capa, un momento de reposo, un trapo … y voilâ … ¡un brillo satinado y un tacto increíbles!. !Ya tenía un mueble nuevo en el salón!
Confieso que me he vuelto a enamorar del mexicano este, más sofisticado, más elegante, más … auténtico.
Próximo paso … probar la versión pared y la versión exterior. Y dar más cera. Y vosotros, ¿os animáis?
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Photos: © decor&links