Hace un par de meses llegó a mi poder un cajón de madera bastante deteriorado con el encargo de restaurarlo, sin instrucciones concretas. Así que me puse a darle vueltas a cómo podríamos darle un nuevo aspecto al baúl (porque para este proyecto he contado con la ayuda inestimable y más que de agradecer de un maestro artesano de largo trayecto y un aprendiz muy dispuesto) y al final, ésto que vais a ver fue lo que perjeñamos entre los tres…
Como podéis apreciar en las imágenes, todos los herrajes estaban oxidados y doblados. El conjunto entero estaba muy deteriorado, con varias capas de pintura, piezas desaparecidas, más arañas que en el bosque de Harry Potter… en fin, una joya.
Las piezas metálicas las fuimos pasando por la grata y la lija manual. La tornillería, por probar nuevas técnicas y tratar de acelerar el proceso, la introdujimos en un bote con aguarrás y lo cierto es que algo hace, pero no es la solución que recomendaré ni utilizaré en el futuro.
Al respecto debo aconsejar:
No agitar un bote de aguarrás con tornillos dentro (la idea del centrifugado para acelerar el proceso no es tan buena como parece)
Alérgicos al aguarrás, absténgase de emplear éste método
A pesar de que quita bastante corrosión, las cabezas deben ser lijadas individualmente después del pegajoso proceso (luego los viejos maestros tienen sus trucos, que no revelaré, para lijar varios tornillos a la vez y demás… muahahaha, preguntad, preguntad, si os pica la curiosidad jejeje)
Las capas y capas de pintura tuvimos que lijarlas y cepillarlas, incluso les aplicamos calor a máquina y rascamos con espátula… tras ciento y pico de años de pinturas y barnices (no precisamente al agua), creedme que es difícil rascar esas capas incrustadas y cristalizadas en el interior de la madera.
Hay puntos en los que, sencillamente, no merece ni la pena quitar la pintura. Lijas la superficie para acondicionarla bien y aplicas el nuevo revestimiento.
A la hora de pintar, por supuesto, es imprescindible proteger tanto el lugar de trabajo como las piezas que no pueden desmontarse y no deben ser pintadas, como las cantoneras metálicas del arca.
Como se puede apreciar en la tapa del baúl, tuvimos que hacer una serie de reparaciones con masilla, virutas de madera y cola, para igualar la superficie que había sufrido aún más desperfectos al extraer los tornillos. Nada que no cubra una pintura oscura ;-)
El color elegido fue “verde carruaje” aunque lo cierto es que muy carruaje no ha quedado al final, demasiado brillante quizá. En cualquier caso, no encontramos pintura al agua adecuada y tuvimos que emplear una pintura al aguarrás (no me gustan nada estas pinturas, el olor tan penetrante de la trementina es muy desagradable y luego los pinceles y brochas se quedan pegajosos, cuesta quitarlos, de la piel salen fatal… una basura, vaya… aunque la cobertura es magnífica, no se puede negar)
Para el interior elegimos un forro de terciopelo adhesivo color vino (en las fotos parece rojo rosado, pero es un color vino fuerte en realidad). Es importante a la hora de colocar los forros, tener muy en cuenta las partes que montan (el rollo no es eterno, hay partes que hay que recortar y sobreponer) y hacer un dobladillo adecuado para que se vea un reborde estético y no un borde cortado guarramente.
Lo completamos para darle más estabilidad al forro y también por un toque medieval y estético, con tachuelas de tapicería. Existen cordeles de tachuelas de tapicería más seguidos, que se ponen como tiras y quedan muy alineaditos y muy monos, pero no era la idea para este proyecto. El poner las tachuelas (que son como chinchetas con cabeza más redondeada) de forma individual y más espaciada da un aspecto más abierto y más limpio, como más espacioso y además, como iban intercaladas con los herrajes de cierre y apertura, hacían mejor efecto bien separadas.
Y finalmente, el resultado es el que sigue:
¿Os ha gustado?
¿Qué otras mejoras habríais introducido? ¿Tenéis algún mueble que deba ser restaurado?
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