Sé que os va a parecer increíble, pero yo no nací con el buen gusto que me caracteriza. Sí, me da un poco de vergüenza admitirlo, pero yo, como todos, tengo un pasado. Y lo peor es que tengo un montón de fotos para documentarlo.
Estas fotos son del lavabo de mi casa hace apenas un par de semanas.
Lo peor de todo es que no tengo excusa, porque este no es el lavabo que tenía originalmente mi piso. El lavabo original tenía unos horrendos azulejos rosas que vistos en perspectiva no estaban tan mal, puesto que no tenían este look de mausoleo punk que tenía mi lavabo gris con muebles naranjas.
Pero aunque no tengo excusa, voy a intentar disculparme con algunos motivos de peso para tener uno de los lavabos más feos ever:
- Estaba embarazada de seis meses de mellizos. Esta tiene que ser la mejor excusa del planeta.
- Estaba viviendo en casa de mi suegra con un niño de dos años al que los cambios lo superaban un poco.
- Necesitaba que la obra se hiciera rápido y volver cuanto antes a mi casa para volver a la normalidad.
- El tipo que nos vendió la reforma nos insistió, seguramente porque tenía stock.
- Me gustaba mucho.
Realmente, no es para tanto. Los azulejos son bonitos, o serían bonitos en un lavabo de quince metros cuadrados. El mío, que debe medir unos seis, apurando mucho, parecía una lata de sardinas.
Y para los muebles sí que no tengo explicación. En su momento me pareció que la combinación naranja y gris era bonita y que los muebles eran modernos y (ojo a la palabra) desenfadados. O algo.
Pero hacía semanas y meses que cada vez que entraba al lavabo se me caía encima. La sensación de opresión era mortal.
En algún momento tuvimos la buena idea de cambiar la cortina de baño (que se caía indefectiblemente porque estaba puesta con una de esas barras de ventosas que, SPOILER, son una porquería) por una mampara transparente para darle un poco de amplitud al espacio. Y ahí ya empecé a soñar con un alicatado nuevo, baldosas blancas, muebles más pequeños y bonitos...
Pero la realidad es la que es, y en este momento una obra no es factible por varios motivos. Los de más peso: no hay quien la pague y hace menos de seis meses que hicimos otra reforma. Así que por el momento es NO.
Y sin embargo a mí se me seguía cayendo el espacio encima y cada vez que me duchaba suspiraba por un lugar donde poner unas velitas mientras me daba un baño de espuma (sí, sí, en nuestra bañera de juguete).
Total, al final decidí que me iba a hacer un spa. Un spa propio, coquetón y bonito en mi lavabo feo y gris. Porque igual que dicen que la vida es muy corta para tejer con lana barata, yo creo que la vida es muy corta para bañarte en un sitio feo. O para lavarte los dientes. O para hacer otras cosas para las que necesitas comodidad y un buen ambiente.
Así que me fui a mi centro de bricolaje y llené un carrito de un montón de cosas, empezando por un bote de pintura para baldosas. Y el resultado es este.
Mi lavabo ha ganado por lo menos tres metros cuadrados. No me digáis que no.
Y lo que he aprendido después de dos semanas pintando, una bursitis en el hombro y muchas quejas del resto de la familia por no poder usar el lavabo ni la ducha (el pomelo y sus entrenos, qué coñazo, oiga) no me lo quita nadie. Y lo comparto con vosotros para la tranquilidad de mi gen exhibicionista.
- Antes de pintar hay que limpiar. La pintura no se coge bien si hay restos de jabón en la pared, y, evidentemente, en el lavabo hay muchísimos restos de jabón. Coged un paño, un bote de disolvente universal o de acetona y con paciencia infinita fregad todos los azulejos. Vale la pena, lo juro, por el rato y la pintura que os ahorraréis más tarde.
- Supongo que si trabajáis con colores claros no tendréis este problema, pero para pasar de gris a blanco necesité muchas capas de pintura. Pero muchas. El bote de pintura decía de 2 a 3, pero yo di un mínimo de 4 y una media de entre 5 y 6, según la pared. Ojo con esto, porque la pintura es cara. No, no es cara, es muy cara.
- Pintad primero las juntas de los azulejos. Con ganas. Si no, se va a ver el yeso que, por limpio que esté, está sucio y no va a quedar tan bien.
- Usad una esponjita para las esquinas y la parte de abajo y de arriba de la pared. Yo encinté el suelo y pinté todo el techo convencida de que luego le daremos una capa de pintura también. Y estoy convencida porque también hay que pintar el comedor del mismo blanco...
- Yo soy de esas pintoras caóticas que se giran con el rodillo en la mano y pintan la puerta sin querer. No lo puedo evitar y forma parte de mi forma de ser. Diría que hasta me gusto así. Tened un paño húmedo cerca para limpiar bien cualquier manchita (o brochazo).
- La pintura tarda unas seis horas en secar y unos seis días en estar lo bastante dura para poder pasarle un paño directamente. Pero al cabo de esas seis horas o un poquito más, podéis usar la ducha si intentáis no salpicar demasiado. En casa hay una sola ducha, así que lo hicimos así y no hubo problema (salvo por los entrenos del pomelo, pero eso es otro tema).
No me digáis que no es una maravilla. Estoy tan enamorada de mi lavabo que a veces entro y me siento a mirar las paredes durante varios minutos, sin hacer nada más que contemplar el blanco inmaculado. Hay algún chorretón de pintura, alguna gota rebelde, algún sitio donde se ve el gris de debajo... pero estoy tan orgullosa, tan contenta y tan de buen rollo cada vez que entro que me da bastante igual. O muy igual.
Ahora voy a por la siguiente fase: los muebles naranjas. No puedo soportar verlos así ni un minuto más. Y habrá que cambiar ese espejo, que está pidiendo jubilación a gritos. Y luego quedará lo más divertido: los pequeños detalles para hacer que el lavabo sea realmente un spa...