Antes de Navidad tuve la suerte de adquirir una mesa de cocina, por un precio interesante. Estaban deshaciéndose de muchos muebles y fueron generosos con el precio. Es la típica mesa de campo donde, probablemente, se guardaban los alimentos porque en vez de un cajón, hay una tapa que se levanta, la repisa es de rejilla de madera y se cierra con un mecanismo con forma de hélice.
Las patas de la mesa habían sido pintadas con una pintura blanca de esmalte muy espesa. Dejé actuar el decapante durante varios minutos, intenté retirar las capas de pintura pero había una capa de pintura verde debajo, también de esmalte. Debajo de la capa verde, había otra capa marrón... Total: fue casi imposible llegar a la madera así que opté por dejar el proceso del decapado sin terminar, dejándose ver los distintos colores que tenía.
Tanto la parte de la cajonera como la repisa nunca se habían pintado. Elegí el mismo tono blanco de pintura de leche que había usado para la persiana para la parte de la cajonera y el color mint de La Parajita para la tapadera. Para la repisa, apliqué dos capas de nogalina y luego enceré toda la superficie con pistola de calor.
La mesa no es muy grande, tiene el tamaño perfecto para encajar en cualquier rincón así que he pensado en colocarla en mi dormitorio, al lado de la cómoda. Lo estoy terminando y sólo me falta sacar las fotos del resultado final. Mientras, aquí va otro avance del mismo y participo en los frugales de Marcela.
Anne Charriere