El post de hoy, trata de una historia del día de los enamorados, allá por los años 80.
Como le ha ocurrido a todo el mundo alguna vez en su vida, se encuentra ese día sin saber qué regalar a su pareja. Lejos de los típicos collares, pulseras, anillos, colgantes, que ya no sorprenden por ser tan repetitivos. De modo que se embarca en la difícil tarea de encontrar algo que pueda ser “novedoso” y que sea de utilidad diaria. ¿Qué regalar un San Valentín que tenga que ver con joyas sin serlo? Pensado así en frío, te pones a buscar sin saber qué estas buscando. Recorriendo mil y un espacarates, centros comerciales, tiendas de regalos, grandes almacenes… Hasta que ves algo que nunca habías visto; al menos en la forma que lo conocías. Cuántas cajas joyero con y sin música habías visto ya, y sin embargo nunca habías visto algo parecido a un mueble en miniatura. Te sorprende gratamente la novedad del producto y la funcionalidad que tiene, a la par de la cualidad decorativa.
El caso es que, sin saber cómo ni porqué, terminas adquiriendo el joyero. No termina de convencerte mucho, pero con tal de no repetir lo de todos los años, decides hacerte con él.
El final de esta historia, es que, después de haber formado parte de la decoración del dormitorio durante años, terminas guardándolo por no casar con los nuevos muebles. Pero ese cariño especial que se le tiene, te lleva a querer transformarlo en algo totalmente distinto para seguir contando con él, como protagonista de tu nueva decoración.
Sin más dilación, os mostramos el antes, el durante y el resultado final de esa transformación mediante unas imágenes.
Ahora que ya conocéis la historia, podéis comprobar que todo consiste en proponérselo. Siempre es mejor renovar que guardar. Hay muchas cosas preciosas esperando su oportunidad de que les demos un renovado aspecto.
Como siempre decimos, si os ha gustado ¡compartid!
Hasta el próximo post.
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