La historia (y transformación) de nuestro vocho



Tal vez no recuerdes, pero el año pasado, cuando me di una pasadita por el blog para saludar y comentar que no estaba, de hecho, muerta, comenté que habíamos comprado un vocho con Fer. Era un sueño que teníamos desde hacía años, antes incluso de conocernos. A mí es un carrito que siempre me ha gustado, porque tiene un estilo súper especial y nunca lo podrías confundir con un carro cualquiera (soy pésima distinguiendo entre modelos). Además es tan único como sus dueños, casi como si tuviera personalidades definidas según su color, acabados y accesorios. Fer también había querido uno, como juguete, porque no es un carro que en este momento compres como tu carro principal a menos que no tengas mucha opción.

Justo después de la boda, a la semana de casados, Fer salió a jugar fútbol, como lo hace casi todos los domingos. Para no hacer la historia muy larga (porque aunque vale la pena, desvía un montón del tema), se partió el brazo y terminó hospitalizado porque le tenían que poner una placa y unos tornillos. Para entreterlo, le llevé una revista que encontré en la calle, cerca del hospital y casi por casualidad, que se llama Vochomanía. Al parecer, es el tipo de revistas que existen en México.

Al verla (porque era más por las fotos que por su contenido), nos fueron dando más y más ganas de un vochito nuestro, para pintar como quisiéramos y hacer paseos bonitos. Ayudaba que el primo de Fer se dedicara a pintar y restaurar carros. ¿Cuánto podía costar un vocho, de todas formas? Cuando Fer salió, un par de días después, continuamos viendo y para el siguiente fin de semana ya había encontrado una opción.

Fuimos a verlo, el precio estaba más o menos razonable, el pobre carrito estaba oxidado y con las sillas mal soldadas y reparaciones medio dudosas, pero parecía tener potencial. Fuimos con un par de amigos y entre ellos, Fer y el que vendía el vocho (como favor a una amiga) llegaron a la misma conclusión: estéticamente estaba vuelto nada, pero el motor parecía estar más o menos decente. Metía bien las velocidades y frenaba como lo haría cualquier carro del 94, un poco lento pero bien. No más míralo en su esplendor mal arreglado, cuando lo compramos y era un rojo-naranja mal hecho, por dentro el rojo cereza original.

Ahí estaban inspeccionando a vochito el día que lo conocimos. Al día siguiente fue la compra.


A partir de ahí lo tuvimos como carcachita un par de meses, pensando cómo lo queríamos. Veíamos fotos y fotos en Pinterest de vochos arreglados. Le pusimos un apodo (el guapo), de puro cariño porque era un espanto además de incómodo. Eso, de octubre hasta que vino el primo a Ciudad de México y acompañó a Fer a hacer un shopping al que no me quise unir. Defensas, empaques, tela para los asientos, para el techo, espuma Todo lo necesario para hacer un cambio extremo al carrito. Y allá se fue, con el primo, mientras nosotros nos fuimos a Colombia de viaje de fin de año.

El arreglo, como era más favor que trabajo, fue lento. Volvimos de Colombia y pasaban las semanas y las semanas y una foto por aquí, otra foto por allá, yo sin entender nada de restauración de carros lo veía cada vez más maltrecho. Hasta que un día, de repente, mira: ya lo está pintando. Mira: estos son los asientos tapizados. Mira: este es otro avance.














Nos fuimos por él a Querétaro, haciendo carpooling para la ida y cruzando los dedos al regreso para que el motor estuviera tan bueno como todos habían dicho. Se portó como un príncipe recién arreglado, todo guapo y coqueto que hasta se lo quedaban viendo en la calle. Y eso que todavía le faltaban cambios que queríamos hacerle. Pero antes de eso queríamos ir a donde había sido una de nuestras fotos favoritas de la boda a tomarnos una foto con el vocho, luego de su transformación extrema. Lo que seguía (sigue) era afinar detalles.

Aquí, la presentación oficial del vocho. Toda la familia llevaba meses preguntando por él.
¿El primero? Unas luces que sí alumbraran y no solo anunciaran nuestra presencia en el mundo. Escogimos las que más nos gustaron y ahora el vocho parece que tiene ojitos. El estéreo esperó unos meses más. Los rines siguen en proceso, y cuando estén listos merecerán su propia entrada porque ahí sí que va a quedar divino.



Al final, con todo y que su motor de 25 años está muy decente, nos ha dejado botados varias veces. De camino a Guadalajara, en medio de la carretera. Por ahí dejó a Fer en varias partes de la ciudad. De vez en cuando se le daña algo más, como una historia que nunca se va a acabar.

Pero así es el vocho, y aunque me enojo a cada que se le daña otro chicote, la marcha o la batería, también me da risa lo absurdo de las situaciones. Son las vochiaventuras, al final, y aunque representan un gastote, también lo compramos para disfrutarlo, poder pasear, salir a comer tacos a las 11 de la noche en carro, ir al autocinema y hacer roadtrips a la antigüita, sin desempañador, música o aire acondicionado.

Para tener la experiencia de tener un vocho, el carro icónico mexicano, que hasta tuvo mariachis que le cantaron cuando se produjo el último. A cada que veo el video se me aguan los ojos, lo que no tiene ninguna justificación. Pero así es tener un vocho, te encariñas con una carcacha que te toca empujar para que prenda.



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