La cerámica es una de las manufacturas más importantes de la Historia del hombre. No sólo es útil para la elaboración de artículos para el hogar y la decoración, sino que sirve para revestir paredes y suelos en forma de azulejos. La cerámica, además, está muy ligada a la Historia de la Península Ibérica en general, y de España en particular, de ahí su decisiva influencia en los estilos de decoración españoles, especialmente andaluces, levantinos y castellanos.
La influencia árabe
El desarrollo de la cerámica y de la azulejería se remonta al asentamiento musulmán en la Península. Las baldosas cerámicas que se desarrollaron en Al-Andalus tenían además aportaciones de la tradición romana y visigoda de la Península, y otras, traídas por los islámicos, procedentes de Oriente, de herencia egipcio-mesopotámica. Si a este crisol de estilos le sumamos los valores cristianos, tanto mediterráneos como de Europa del Norte, obtenemos un estilo cerámico muy rico y único en el mundo.
Es a partir del siglo XI sobre todo cuando aparecen los primeros avances técnicos en cerámica, aplicándose los primeros esmaltes, lo que contribuyó a mejorar la calidad, las posibilidades creativas y el cromatismo. En Málaga se crea el primer gran centro de producción de azulejos al que le seguirán posteriormente algunas ciudades de la cuenca mediterránea. Los alicatados se convierten poco a poco en una seña de identidad de los hogares andalusíes, cada vez más sofisticados y más complejos en trazados y motivos. La Alhambra de Granada es un buen ejemplo del virtuosismo en la decoración cerámica medieval de Al-Andalus.
La mano de obra cada vez más especializada da paso a altas cotas de creatividad y perfección. Tanto es así que Italia, el Papado, Gran Bretaña, Oriente, entre otros lugares, se convierten en clientes importantes de la cerámica ibérica. Manises y Paterna, ciudades mediterráneas, darían paso en el siglo XVI a Toledo y Sevilla, como centros de producción de azulejos.
Más tarde, en los siglos XVII y XVIII, habrá nuevos cambios en los lugares de producción: primero Talavera de la Reina, luego le seguirán Alcora y el Buen Retiro. En el siglo XIX y principios del XX comienza una etapa preindustrial. En América Latina pronto se importarán los modos decorativos con cerámica, sobre todo en fachadas y cúpulas. El modernismo volverá a recurrir a la cerámica como elemento decorativo, como muestran las obras de Antoni Gaudí o de Domènech i Muntaner.
?De dónde sale la cerámica?
Lo que se designa comúnmente con el nombre de cerámica hace referencia a una pasta de arcilla y agua que se cuece. Las variedades cerámicas dependen, por tanto, de los tipos de arcilla, de las proporciones en la mezcla, de la cocción y de la técnica utilizada. Las diferencias del esmalte con el que se cubre la pieza cerámica o la composición de la pasta da lugar a las distintas variedades: gres, terracota, porcelana, etc.
Los esmaltes sirven para decorar las piezas de cerámica. Si esta sustancia la cerámica no brilla, no tiene colores vivos, dibujos y otros motivos decorativos. Además, la pieza dura más porque le ofrece un revestimiento que la protege y favorece su limpieza e higiene. Los esmaltes se consiguen o bien por un proceso de bicocción, en el que el agua del esmalte se elimina por absorción, o por monococción, en la que el proceso es por evaporación.
Tipos de esmaltado
Básicamente, existen cinco procesos de esmaltado. Los cabezales de serigrafía consisten en aplicar dibujos e ilustraciones sobre la pieza mediante una tela de poliéster metal con unas mallas, por las que pasan los colores y trazos que se quieran realizar.
La cortina de esmalte es otro método que consiste en pasar la cerámica por una cortina de vidriado. Existen máquinas de aplicación de esmaltes en seco, que realizan el proceso sobre piezas que generalmente han sido esmaltadas previamente. Gracias a este sistema se pueden obtener efectos de mármol, perfectos para baldosas.
Por último, destacar otros dos sistemas: el esmaltado por pulverización y en gotas, y el esmaltado para pincelado que utiliza unas máquinas especiales con pinceles fijos o móviles, dependiendo de las necesidades de esmaltado que requiera la pieza.
El proceso de cocción
La cocción es el paso fundamental para conseguir piezas cerámicas de calidad. La cocción consiste en el calentamiento de las piezas de arcilla y un enfriamiento posterior de la pieza, ambas actividades constituyen el ciclo de cocción. La calidad, resistencia y dureza de la cerámica depende de que el proceso de cocción sea el adecuado.
La temperatura, el horno y el intervalo de cocción son algunas de las características del proceso que más se cuidan para que las piezas sean perfectas y no acaben agrietadas o se rompan con facilidad. El tipo de pasta y esmalte, así como su proporción de materiales, determinarán las necesidades de tiempo y temperatura en la elaboración.
Las temperaturas de cocción varían entre los 650 y los 700° C. Depeniendo de de los colores que se busquen, puede ser necesario aumentar la temperatura de la misma. Si la decoración va en varios tonos cromáticos, lo mejor es hornear del color que necesita más calor al que menos.
El tercer fuego y los colores
Aparte del sistema de monococción y cocción, existe un tercer proceso denominado tercer fuego que consiste en preparar el soporte sin esmaltar y sólo con una cocción (se denomina 'bizcocho'), y la aplicación sobre éste del esmalte. El esmalte normalmente se aplica en polvo y después se vuelve a cocer el 'bizcocho'.
Para aplicar los colores a tercer fuego, se procede sobre una pieza ya vidriada y cocida dos veces: la primera, hasta 900° C ('bizcocho') y la segunda, tras el vidriado, entre 1.260 y 1.400° C. Una vez decorado el azulejo o la pieza, se realiza una tercera, con una temperatura que oscila entre 750 y 800° C. Gracias a estas altas temperaturas se pueden conseguir variados colores.
Los colores se pueden obtener mediante pigmentos que se proporcionan en pastillas o polvos, incluso añadir metales preciosos como el oro, la plata y el platino. Los bruñidos metálicos también suministran bonitos efectos de luz sobre las piezas. Tras la cocción, los colores suelen cambiar, por eso es esencial elegir los matices adecuados.