BAJO EL SOL DE... CARACAS
Por Augusto Cubillán
En una oportunidad, mi amigo Carlos me dijo: “Tienes que ver Bajo el Sol de Toscana. Es una película igualita a ti”
Yo sonreí un poco pues aun no sabía de qué trataba el tema del film. Pregunté a algunos y me dijeron que tenía que ver con una historia de amor, de sueños cumplidos y de una remodelación. Tres motivos más que suficientes para verla; sin embargo, pasó el tiempo y lo dejé pasar.
En la tienda de videos la vi. Recordé la vocesota de Carlitos y la saqué del rack.
Esa misma noche, mientras compartía con José una botella de vino tinto, vimos esa producción que en un principio prometía poco y terminó sacándome absolutamente todas las lágrimas. Durante el desarrollo no hacía más que suspirar ahogadamente, tratando de convencerme que solo estaba viendo algo de ficción y que mi compasión era desproporcionada, hasta que llegó el final, con él los créditos y un río del manantial al delta que producían mis ojos.
José me miraba en silencio sin saber muy bien que hacer para mejorar mi ánimo y… No. Yo necesitaba llorar. Desahogar esa empatía que me provocaba un personaje que como yo, se había propuesto a llevar a cabo la heroica proeza de remodelar.
Mi historia con respecto a la materia es antigua. Ya desde niño me di cuenta, gracias a mi madre, que los hogares solo se hacen con las necesidades de los habitantes de cualquier hábitat. Ella, una gitana empedernida, nunca estuvo conforme, y en los tres o cuatro lugares que compartimos, mi progenitora y mis hermanos, siempre había algo infraestructural que cambiar.
Siguió la vida y, alquilado o propio, de los amigos, familiares o vecinos, la remodelación salía como tema importante a concretar en metros cuadrados o materiales de construcción. Los programas de televisión preferidos, por supuesto, estaban en Casaclub, Discovery Health & Home y People And Arts. Mi ídolo no era otro más que Fruto Vivas.
Todos mis ingresos, incluidas mis prestaciones sociales y adelantos de la caja de ahorros fueron invertidos en este vicio (SI, VICIO) de cambiar la forma de mi hogar a una más acorde a mis gustos y necesidades. El espíritu del concreto armado, de la piedra, el metal y la madera, luchaban en mi cerebro de manera constante, tratando de darse puesto frente a un espacio algunas veces vacío, otras, según mi concepto, o el del Feng Shui, ocupado con elementos equivocados.
Con semejante historia y el inconformismo en los genes, en cada lugar que viví de mi cuenta, REMODELÉ. Debo dejar claro que mientras estuve en Caracas me mudé 13 veces y cada vez, el apartamento o casa donde viví fue remodelado... por mí.
Probé con albañiles, ingenieros, constructoras y toda la gama de servicios de remodelación solo para comprobar que nadie te hace el trabajo como lo planificaste. ¡NUNCA!
Creo que estas experiencias podrían servirme para hacerte saber algunas advertencias a la hora de embarcarte en este trauma.
Aunque tengas el dinero suficiente que pueda pagar cualquier presupuesto, siempre se agotará antes de terminar el trabajo. No por falta de organización o por mala administración. La razón es un misterio diabólico que solo conocen los que se dedican a mezclar cemento con arena o pegar tubos de aguas blancas y negras o cables eléctricos, pasando por los trabajadores de la madera, herreros, etcétera.
Contratar a una firma constructora podría traer peores resultados que contratar a alguien particular. Estas empresas podrían ser cooperativas disfrazadas y que no garantizan más que cóm*** ininteligibles encargados de subir el presupuesto mágicamente.
Eso de Proyectos “llave en mano a tiempo determinado” es una falacia para engañar incautos. Recuerdo una película con Tom Hanks en donde se dedica a remodelar su casa y el desastre casi lo lleva al divorcio. Cada vez que el personaje de Hanks preguntaba la fecha de culminación del trabajo, los obreros se reían y contestaban: “Dentro de dos semanas” y esas dos semanas se extendían a meses. No es ficción, yo lo viví… varias veces. Es simple: el trabajo nunca estará a tiempo.
El tema del polvo… es un gran tema. Si no tienes donde mudarte durante la remodelación y llanamente tienes que vivir en el área de desastre, solo asúmelo y compra antialérgicos, mascarillas de papel o fibra, muchas bolsas plásticas de cualquier tipo, (si son herméticas mejor) pues te servirán para resguardar cualquier pertenencia que no quieras desechar después de la tragedia de remodelar.
Con respecto a los escombros debo hacerte una advertencia especial: Podrías encontrarte cualquier madrugada llorando sobre ellos. Si eso te pasa no te asombres, para tu consuelo eso del llanto sobre la montaña de escombros no es más que un lugar común de todo aquel que vive en el espacio en proceso de cambio y no hay nada que puedas hacer al respecto. Nunca se llevarán ese estorbo hasta el final. Sigue llorando.
El robo de tus pertenencias es algo muy posible, sobre todo si no tienes idea de quien es la persona que empleas para hacer estas modificaciones. Si es alguien de tu confianza, seguramente te liberaras de la angustia de ser despojado de tus pertenencias, lo que no garantiza que pierdas otras cosas importantes en tu vida como la cordura, la amistad y/o el dinero porque “faltó material”.
Sobre la falta de material… siempre habrá que comprar más; tanto habrá que comprar que cuando se vayan los obreros y te sientes a observar con detenimiento los resultados, tus ojos no dejarán de contar sacos de cemento y arena que ¡Oh, Dios! ¡sobraron!, así como también codos, tes, yes y todo el alfabeto de tuberías; rollos de alambre que posiblemente usaras en alguna remodelación o proyecto futuro y que probablemente agradecerías a alguien que se llevara por no tener un espacio para guardarlos. En ese momento se arquearán tus cejas y dirás “Hace falta construir un closet”.
Hablando de perder la cordura. Te sugiero investigar con anterioridad si tu compañía de seguros cubre un tratamiento sicológico y/o psiquiátrico. En cualquier caso lo necesitarás, pues tengo la impresión que en la escuela de albañilería, plomería, carpintería, afines y conexos tienen entre sus materias filtro, alguna que podría llamarse PSICOSIS I, II y III. Como antídoto puedes mirar directamente a los ojos del trabajador que te esté aplicando sus estudios y decirle: “Yo sé que usted solo quiere enloquecerme, pero soy más fuerte que usted y nunca lo logrará” este método no tiene garantía pero es posible que funcione.
Nadie dijo que sería fácil porque NO ES FÁCIL, aunque para nuestra naturaleza de remodeladores, a veces nos haga falta pasar un tiempo bajo el sol de Caracas.
Augusto Cubillán