Un amigo arquitecto, tras ver el sitio y escuchar lo que deseaba el matrimonio, declaró que podían ejecutarlo dos buenos albañiles sin necesidad de proyecto, y les dio varias indicaciones técnicas.
Rafael es un gran bricolega, con lucido expediente en albañilería: antes de cumplir 15 años construyó una barbacoa de ladrillo que todavía presta leales servicios a sus padres. Después de casarse hizo muchas reformas en su casa sin ayuda de nadie, de modo que el tejado sólo necesitará otro buen albañil.
La primera tarea que abordan es decidir la cota del tejado; debe quedar a buena altura sobre la puerta para que refresque bien el aire debajo, como un zaguán.
A estas alturas de la obra, la sofocante cocina donde había que comer con las persianas bajadas se había convertido en un lugar gratísimo. Elena, radiante, premió a la eficaz cuadrilla con un soberbio almuerzo.
Ahora toca apuntalar la parte salediza de los rasillones, para que no se rompan con el peso del hormigón. Rafael y Antonio también montan un puntal en el centro de la viga metálica, para que no haya la menor deformación. Cuidando la solería, apoyan los puntales en una tabla, separada del suelo por un cartón doble.
Antonio, el competente oficial que ha buscado Rafael, ajusta el primer rasillón. Como en toda obra de albañilería, un trabajo bien hecho requiere continuamente buena medición y niveles correctos. Hay que asegurarse de que la viga donde apoya el rasillón está limpia de cualquier gravilla, porque si no la pieza podría romperse.
Aquí vemos cómo se va ejecutando esa carcasa, y apreciamos el buen tamaño del apoyo que se da a la viga (en forma de T) por el lado de la caseta. De esa forma se impiden los vencimientos laterales. Rafael y el oficial cuidan de mantener húmedo el mortero durante las siguientes 24 horas, para que no haya fisuras de secado que a la larga podrían derivar en fractura.
Aquí vemos las cotas de la casa y el taller, que aparece ya con las maestras para levantar los ladrillos. El murete es necesario porque las vigas van horizontales, de modo que el apoyo exterior debe ganar altura.
El espacio queda dividido a lo largo por una viga en doble T de hierro, elemento muy resistente a la deformación. A la vez, sirve de apoyo para los rasillones, que montan a uno y otro lado. Podemos apreciar que el murete prolonga la pared, y una vez enfoscado parecerá que es la misma.
El trabajo comienza picando ambas paredes, una vez marcada la altura requerida.
El tubo subirá por la pared, pasará sobre los rasillones y asomará por el centro, junto a la viga. Rafael toma la precaución de pasarlo ya con los cables, para evitar luego problemas una vez hecha la solera.
En la caseta, Rafael y el albañil desmontan la última hilera de tejas, y después pican generosamente por arriba y en el lateral.
La primera viga de hormigón ya se ha montado. El hueco que se le ha abierto en la pared es de considerable profundidad, casi tan ancho como dos ladrillos. Un albañil de primera sabe dónde hacerlo para no dañar la estructura. Por el extremo de la caseta, la viga se “funde” al murete con una carcasa de ladrillo.
La vista permite apreciar todos los materiales utilizados en la obra: vigas de una y otra clase, rasillones y ladrillos.
Mientras tira la solera, esta foto evidencia las razones que han llevado a construir el tejado: a última hora del día, el sol sigue dando en la cocina. Pero gracias a una buena reforma, la cocina se ha convertido en el mejor lugar de la casa, como mandan los cánones.
Otra vez la vista lateral, que muestra los avances. El murete ya enfoscado, y la preparación para la solera. La tabla sobre las tejas permite trabajar sin romperlas y sin resbalarse.
Rafael tiene muy avanzado ya el murete. Para hacerlo han escogido ladrillo del 12 aparejado a soga; en otras palabras, “puesto en fila”. Este ladrillo tiene perforaciones verticales, que de hilera en hilera van tragando parte del mortero, de modo que la fábrica resultante es de enorme solidez.
Sobre la viga asoma un rasillón de 1,20 metros, la pieza que formará el tejado. Son elementos machihembrados, que se ajustan como una tarima flotante. Los hay de varias medidas, la que se ha escogido es más larga que las vigas, para que luego si llega el caso la solera pueda sustentar un alero.
Todo marcha bien: las tres vigas están niveladas, los rasillones apoyan perfectamente a uno y otro lado, y el conjunto queda recio y a la vez ligero. El tubo corrugado para la luz ya está pasado, y sobre los rasillones vemos la plancha de porexpán con el paño de mallazo, que serán al armazón de la solera.
Ya estamos con el enlucido. Para llenar el hueco que deja el perfil de la viga, Antonio utiliza trozos de ladrillo, de forma que el mortero haga mejor agarre y el conjunto gane solidez.