El caso es que, aunque tenía tres cabos, cuando éstos se acabaron todavía quedaban restos de cera, bastante además. Y me daba pena desperdiciarla.
Solución: recomponer una nueva vela con los restos de la antigua. Para ello fui quitando, antes de nada, la parte de la cera que estaba ennegrecida y luego troceando todo lo demás.
Como ya os expliqué en este post la cera se pone a calentar (tengo un bol sólo para eso) con el fuego no muy fuerte para evitar que hierva sin derretirse completamente (la pinza de madera es para sujetar el bol, que no tiene asas jaja).
Como candelabros escogí un cuenquito que era de mi abuela y que no estoy segura de qué es. Yo lo veía siempre en su tocador, y en él guardaba horquillas del pelo, pasadores, broches de bisutería... pero mi madre dice que antes fue una jabonera, y en realidad tiene unos surcos en el fondo que bien podrían ser para esa función. No lo sé, pero lleva conmigo mucho tiempo y le tengo un cariño especial. Siempre lo he tenido de adorno en el escritorio y me parece una pieza tan delicada que me daba un poco de miedo que la cera pudiese dañarla.
Y, como suponía que había cera para llenar algo más que el joyero/jabonero pues busqué dos tazas que me traje del mercadillo de Estremoz.
Y así preparé los tres recipientes para que los cabos quedasen en el medio y en vertical al echar la cera.
Con mucho cuidado, primero para no quemarme, y segundo para que no se me estallasen las piezas, puesto que todas eran antiguas, fui echando la cera sobre una espátula de madera, para evitar que cayese directamente sobre el fondo.
Calculé mal la cantidad de cera y sólo me llegó para una taza, pero seguro que pronto tengo restos para llenar la otra. Quedaron así de bonitos.
Os animo a que lo probéis. Si os gustan las velas ésta es la manera de no desaprovechar ni un trocito de cera, y además podéis utilizar como candelabro cualquier pieza que os guste mucho.
Besos.