Siempre he visto este botellero en mi casa; recuerdo perfectamente cuando mi madre lo utilizaba para guardar botellas de vino o licores caseras. Luego pasó a ser un objeto de decoración pero siempre funcional. Es una preciosidad y por supuesto, se lo pedí a mi madre cuando hicimos la última mudanza, junto con veinte cosas más. De hecho, es lo que os voy contando cada vez que publico algo recuperado de la casa familiar. Es fácil imaginárselo cargado de botellas de leche, que se dejaban antiguamente en el portal...
Su color es el de los años: un metal envejecido, ligeramente oxidado pero todavía muy robusto y, menos mal, sin rotura de ningún tipo.
Hace mucho tiempo que me planteo pintarlo pero nunca lo había hecho hasta ahora porque no quería que perdiera la esencia que tiene. Tras limpiar bien el metal con un cepillo de acero y con amoniaco, lo dejé secar al sol y gracias a la pintura de leche, se me ocurrió que el acabado que deja es tan suave que, lijando muy poquito, el metal recupera su carácter por completo y además, la pintura le deja un aire aun más espectacular! Al fin y al cabo, este tipo de pintura se utiliza desde siglos en el gremio de los anticuarios...
He elegido un tono azul-gris que recuerda un poco el zinc pasado por los años, este color tan particular que todavía se aprecia en las cancelas, rejas, barreños... Para recordar su función de origen, me pareció buena idea pintar unas botellas recicladas y como no tiene que ser igual, ¡una es verde mint! Me gusta mucho el resultado, ¿y a vosotr@s? Pues ya me diréis, mientras tanto, me paso por el finde frugal de Marcela.
Anne
anne charriere