Tal predilección se debe a que la cola animal puede licuarse a voluntad, labor necesaria en la limpieza y reparación de los instrumentos. Esa misma virtud la hace idónea en muchos trabajos de restauración. Para los aficionados al bricolaje, la cola animal ofrece el aliciente de una elaboración artesanal, con todo el encanto de las técnicas antiguas.
Hemos comprado cola de conejo en una droguería especializada en productos de Bellas Artes y restauración, donde la venden al peso, presentada en placas. Para utilizarla debemos previamente trocearla, humedecerla y después fundirla mezclada con agua.
La placa, ambarina y traslúcida, parece frágil, pero su dureza es asombrosa: para romperla en pedazos hemos tenido que darle martillazos tan recios como para abollar una puerta de hierro. Naturalmente, ese trabajo no lo hemos hecho sobre la encimera de granito, sino en una tabla puesta en el suelo.
Vamos con los preparativos en el celemín, que ya hemos limpiado meticulosamente. Encolaremos las tablas del fondo, que venían clavadas, y presentaban holguras debido a la ruda manipulación durante años. Queremos eliminar los clavos para evitar arañazos en el mueble donde pongamos nuestro celemín, convertido en revistero. Cortamos los clavos fácilmente, insertando entre las tablas la hoja de una sierra para metal. La tabla del fondo se había partido, y para evitar extravíos precintamos las piezas con cinta de carrocero.
Dada la dureza de la madera, no conseguimos hundir el trozo inserto de los clavos con el botador. Aunque en principio encajarán en los correspondientes agujeros de las tablas, los rebajamos cuidadosamente con la lima para metales, procurando no arañar la madera.
Por una colocación apresurada, algunos clavos se habían desviado y asomaban por el lateral, rompiendo la madera hasta el borde. La deformación en la superficie, después de tantos años, no desapareció al quitar el clavo, de modo que hubo que encolar la brecha y dejar la ‘sutura’ bien presionada con una mordaza, interponiendo sendos mártires por dentro y por fuera. Para evitar adherencias indeseadas, pusimos un trozo de plástico allí donde rezumaría la cola.
Al día siguiente abordamos el arreglo definitivo con la cola de conejo. Antes de la fusión al baño María, los trozos o escamas de cola deben sumergirse en agua un tiempo. Mientras mayor sea la molturación, menos tiempo necesitará la sustancia para reblandecerse.
La presentación en escamas hace que la materia se humedezca rápidamente y de forma homogénea, y también abrevia el tiempo necesario para fundirla. Dado que nosotros la hemos adquirido en placas, los trozos tienen tamaño diverso, y en conjunto son más grandes de lo adecuado, por ello la inmersión durará varias horas. La cantidad de agua para la cocción al baño María es más o menos igual en volumen a los trozos de cola, la práctica nos enseñará a darle el punto apropiado.
Llevamos la cola a la mesa de trabajo con el cazo de agua caliente. De esa manera alargamos el tiempo de aplicación: la cola animal sólo puede utilizarse mientras tenga la viscosidad apropiada. Hemos puesto el cazo sobre un taco de madera, para que no se queme el plástico protector.
La cola de conejo tiene más viscosidad que la cola polivinílica, por lo que gotea mucho menos al extenderla. Es cómodo utilizar un pincel para aplicarla. Con la prevención de llevarla en el cazo, hemos conseguido extender el tiempo de uso hasta unos 40 minutos. Recomendamos hacer la cantidad justa de cola, ya que el sobrante debe desecharse.
Aunque la madera de encina es muy dura, colocamos unos recortes de marquetería para evitar que las mordazas dejen marcas en la superficie. Nuestro experimento con cola de conejo ha sido altamente satisfactorio, y algunas horas después comprobamos otra ventaja de los pegamentos naturales: los goterones que han rezumado de las uniones se retiran con gran facilidad.