No se si algo tuvo que ver ese cuento con mi deseo de tener algún día una de esas viejas y pesadas máquinas de coser, pero yo creo que algo removió en mi interior, en mi sensibilidad infantil. Es posible, incluso, que ese cuento despertase en mí la conciencia de dar una segunda vida a los objetos que otros ven como algo inservible.
Mi anhelo se hizo realidad cuando unos amigos se mudaron de casa y no sabían que hacer con la vieja Singer, pero allí estaba yo para llevármela y restaurarla.
Después de decapar el mueble, tratarlo contra la carcoma, limpiar la máquina y una buena capa de goma laca, además de limpiar y aplicar betún de judea a las patas de hierro, su aspecto mejoró muchísimo.
Aún no tengo sitio donde ponerla, mi piso es pequeño y ocupa mucho espacio, pero la conservo para el día que encuentre su lugar.
Todas las máquinas de coser Singer tienen un número de serie único, con él es posible recibir un certificado indicando el año de su fabricación. La mía es de 1906 y ¡todavía funciona!