Me encanta el olor a madera cortada y me gusta tocar el serrín recién cortado. Esa capa que se te queda en los dedos casi blanquecina y tremendamente suave.
Pero para llegar a cortarla, primero hay que elegir el listón entre todos los que están apilados.
Es curioso cómo conviven el metal y la madera en una carpintería. En cierto modo, no tiene mucho sentido uno sin el otro. Como en la caja de las gubias, una herramienta para hacer verdaderas maravillas con empuñadura de madera y filo de metal.
Y me gusta ver las huellas del paso del tiempo en ambos. Los colores que va dejando y las texturas.
Y entre tanta madera encontré un inquilino.
Entrar en una carpintería, en parte es entrar en otro mundo, en ése en el que todavía usan las manos para construir, para que lo que hemos imaginado se haga real. Un espacio en el que no hay miedo a mancharse, sudar, llenar las manos de grietas... Es otra forma de interpretar las cosas. No sé si mejor o peor, simplemente otra forma de encarar el paso del tiempo e ir sumando capas.
A esto dedico mi tiempo de ocio y por eso estas fotos participan en Hoy Compartimos, una iniciativa de Nika Vintage y Lorena Pose, que os recomiendo.